18.9.22

Señor Güero


Mi abuelita me enseñó que el Sol era mi amigo. Era el Señor Güero.

Lo veía todas las tardes en la ventana de la cocina de su casa mientras comía frijolitos con pedacitos de tortilla dispuestos a manera de rayos alrededor del plato. Y me despedía de él cuando, a las 5 o 6 de la tarde se dejaba de ver, ocultándose detrás del horizonte de casas del Callejón de Limón de la colonia del Castillo en que ella vivía.


Me llevaba al Mercado, y en el camino recolectábamos pingüicas de un árbol que estaba detrás de una cerca, bajando por la calle en que había un deportivo en el que mi papá de adolescente jugaba basketbol con los muchachos del barrio, en el programa de rehabilitación que buscaba rescatarles de las adicciones (y por quienes afirmó mi papá conocer las bachas aquella vez que después de la fiesta en mi recámara en la que hasta el espejo del tocador se cargaron -ya pasaron como 3 ciclos de 7 años desde eso, no sé cómo le habrá ido al chavo con la mala suerte- hubiera olfateado como sabueso afuera de mi ventana, hallado el pedacito de papel envolviendo la hierbita ya casi consumida en su totalidad, y me dijera “¿qué hace aquí una bacha? Y yo asustada, primero no supiera qué decir, pero después aprovechara algo de mi ingenio para hacer la contradefensa: “momento, ¿tú cómo sabes que eso es una bacha?” y él entonces dijera: “ay, bueno, sabes que jugaba con los muchachos del barrio y pues ellos fumaban mariguana”. Aquella conversación siempre la consideré un empate técnico).


Y ahí abajo, en la que creo que era una casa particular, estaba el árbol de pingüicas. Las cortábamos, y mi abuelita me las guardaba para que al llegar a su casa de vuelta del Mercado pudiera jugar a hacer puré de tomate con ellas.


Íbamos a ver a la señora del pollo, a mi tía Esperanza que cuando íbamos a su casa que me gustaba tanto en esa subidita por la calle de Morelos, me hacía al momento tamalitos de dulce que aunque no eran rosas, sí eran dulces y deliciosos, íbamos a ver a mi tía Carmela y estábamos en su cocina cerca del patio en el que no quise partir la piñata aquella vez que mi mamá ya estaba embarazada y yo chipil porque no sé  por qué. O a mi tía Raquel, cuya casa estaba en el segundo piso subiendo por las escaleras junto a lo que creo era un espacio grande que seguro usaba como taller de algo su esposo que creo que ya no conocí, o al menos no tanto. Y estábamos en su cocina que tenía una gran vista a la calle, y que se parecía a la de mi abuelita Olivia en cuanto a que el Señor Wero también le daba esos tonos cálidos por la tarde.


Mi abuelita también me bañaba, y saliendo del baño me subía a su cama que era alta alta (aquella junto a la que recé cuando murió la esposa de mi tío en aquel accidente, del que creo que nunca se repuso, y que marcó un poco el que jamás volviera a encontrar un amor como el de ella a quien perdió).


Y desde arriba de su cama, me quitaba la toalla y me tapizaba de cremita rosa de la botella que me encantaba sentir por su forma, y que en el frente decía “Hinds”.


Veía cómo tendía su cama y doblaba con pulcritud la sábana por encima de la cobija, cómo barría y trapeaba con esmero, cómo lavaba ropa, la suavizaba y ponía aroma y tendía en su techo en los tendederos que le quedaban a nivel de su rostro, y que después elevaba con un bordón para que quedaran más cerca del Sol (el Sol amigo), y cómo después planchaba con cuidado cada prenda, incluso la ropa interior. Y yo, aunque nunca me dijo “mira, así se tiene que hacer”, anhelaba algún día tener mi propia casa y replicar cada una de sus técnicas.


Dejaba también que se secaran los bolillos al Sol (el Sol amigo, que para todo ayudaba), sobre una manta colocada en su techo, el de los tendederos. Después los molía y los guardaba para tener pan molido para empanizar las pechugas.


Cuando teníamos una postemilla, sacaba sus aditamentos, y nos sentaba con ella en el escalón que estaba frente al cancel del antecomedor (que junto con la sala de la alfombra y los perritos de peluche gigantes, el  comedor enorme de las navidades, el trinchador fino e intocable, el tocadiscos frente al que me sentaba incontables tardes a escuchar canciones con la oreja frente al altavoz para escuchar sus detalles, o identificar sus letras, y el medio baño en que me encerraba solo porque cuando me sentaba en la taza y me quedaba un rato alguna  vez descubrí que tenía una acústica extraordinaria por la cual podía yo jugar con mi garganta a hacer como motor y el sonido era exquisito.. compartían la especialidad de estar como separados del resto de la casa, como si estuvieran en un aparador. Sabíamos que eran espacios especiales y que no debíamos ensuciarlos, pero tampoco nunca nos estuvieron restringidos. Y yo amaba pasar mucho tiempo ahí.


Y sentados con ella en el escalón, recibíamos por voluntad propia la tortura que, aunque dolorosa, venia cargada de cuidado y de amor, mientras frotaba con el cotonete empapado de limón y carbonato la postemilla que en realidad nunca supe si sí se curaba más rápido mediante la ejecución de ese ritual, pero eso era lo de menos, porque lo que importaba era la atención y la contención que nos daba con él.


Nos mecía también en rebozo cuando nos caíamos de sus escaleras. Me hacía huevito tibio que ponía en unas tacitas de plástico amarillas, que no sé si usaba para algo más, pero que sabía que eran las tacitas exclusivas para el huevito tibio (por las que yo hace no mucho tiempo compré en aquel puestito de la calle esas tacitas azules que eran muy parecidas a las que ella tenía). Y por las que yo también tengo trastes exclusivos para ciertas cosas “en este platito se pone el aguacate para partirlo. En este cajón están las palas para alimentos dulces, y en este las de los salados”.


En las mañanas, si estábamos en su casa, me hacía licuado de plátano con un huevito también, y con esa bomba de energía me mandaba a la escuela. A la tarde, con lo melindrosa que era, si el guisado que ella había hecho (supe de oídas que era una excelente cocinera, pero no pude constatarlo demasiado) me picaba o no me daba confianza comerlo, entonces me hacía un huevito revuelto para que comiera. Y así fue que crecí basando mi alimentación en huevito y frijoles de Sol.


Si tuviera que pensar en un color para mi abuela, sería el azul y el amarillo. Azul como sus mallones tejidos que aún conservo y que me pongo cuando quiero que el quehacer me quede impecable por la magia de su energía en ellos. Amarillo como sus tacitas, como la yema del huevito revuelto, del huevito estrellado y del huevito tibio que me daba. Y como el Sol que ella me enseñó a ver como a un señor generoso que nos daba luz y calor, y al que aún hoy saludo y de quien aún me despido cuando va ocultándose en el ocaso.


Me habría encantado tener más tiempo para compartir con mi abuelita. Aunque quedé tranquila con su muerte, después de haber ido a rezar por ella escapándome del curso de verano y corriendo por las calles del centro hasta la iglesia de San Francisco, para pedir que Diosito la curara y que no se muriera, y habiendo recibido como respuesta a mi escucha justo el lenguaje que ella me enseñó: un rayo de Sol que, después de colarse por uno de los

vitrales de la iglesia, se posó sobre mí, hincada en la banca, haciéndome saber con eso que, pasara lo que pasara, sería porque tenía que ser así, y no porque Dios no me hubiera escuchado.


Pero a pesar de eso, y de que pude despedirme de ella, y haber recibido su caricia y su decirme “mi ratona” porque ella sabía cuánto amaba el queso, en verdad creo que me habría encantado tener más tiempo con ella. Aprender con mucha más conciencia de sus modos y sus técnicas.


O eso creía, pues a medida que la recordaba al escribir estas líneas en su nombre, descubro todo lo que hoy está presente en mi vida y que tomé de ella. De su ejemplo. 


Mi papá decía que los deditos de mis pies se parecían a los de ella, y también tengo un lunar que ella también tenía. Y también soy dicharachera. Recuerdo entre bruma que ella lo era, porque aunque no se permitía hablarnos con groserías, recuerdo que con otras personas era cotorra y sí las decía. Y tenía muchas amigas. Las visitaba y la visitaban a ella. Hablaban de sus cosas, cocinaban juntas y después comíamos todos y todas. Los nietos y nietas, los hijos e hijas, quienes en ese momento estuvieran.


Ella, junto con mis papás, me enseñaron que la familia era lo más importante. Y que en la familia estaban también los amigos y amigas.


Soñé esta noche con una señora que no era mi abuela, pero cuya voz sonaba en mi sueño como la de ella. Ni siquiera recuerdo bien su voz, pero sé que era un poco nasal (como la mía) y cantarina. En el sueño, la señora estaba dando tips de cómo vender con éxito, y decía: “tienes que ir a visitar, y llevar muuuuucho tiempo. Sentarte, escuchar y platicar, y solo después ofrecer lo que la otra persona necesite. Regresas comida o bebida, y contenta, y no solo por la venta sino porque ya estuviste con tu amiga”.


Y fue su voz la que me hizo recordar a mi abuela. Y aunque no recuerdo que mi abuelita Olivia vendiera nunca nada, sí invertía mucho tiempo en estas visitas. Llevaba siempre algo, un detalle, un guisado o un postre, y regresábamos siempre con más.


Me habría gustado aprender más de ella. Más consciente. Pero quiero creer que los genes en este caso puedan jugar a mi favor, y me puedan regalar más de sus mañas que siempre me parecieron tan lógicas y tan prácticas.


Me gustaba cómo era abuela, cómo era madre que enseñó a sus hijos hombres casi todos, a ser también pulcros y autosuficientes, a cocinar,  a hacer quehacer, a estudiar, a trabajar y a apoyarse siempre como hermanos. Me gustaba cómo era compañera y cotorreaba también con mi abuelito. Y a veces íbamos a verlo al torno en el que trabajaba por la calle de Juárez (donde había un torno parecido al que él tenía en su patio y donde cada vez que mi abuelita o alguien más se lo pedía, aplastaba cucharas para que se convirtieran en untadores de mantequilla o mermelada -cucharas de las cuales me las arreglé para quedarme con una-), le llevábamos lonche.


Creo, y sé, que también tuvo sus muchas fallas, si al final era humana. Hubo cosas duras que pasaban a partir de creencias de época, y que quizás las recibieron algunas personas como pesos pesados, como mi tía Rosalba o mi mamá. 


Pero creo también que en su momento a ellas les tocó confrontarla y de una u otra forma lo hicieron, y más que juzgarla, hoy quiero mirarla con esos ojos apologéticos por los que puedo decir que mucho de lo que ella hacía, y como lo hacía, era perfecto.


Creo que su mayor obra, y su misión de vida, justo fue su familia. Abandonada en un orfanatorio en Cofre de Perote, de donde se escapó para venir a Pachuca a buscar a una tía, a la que le decíamos “abuelita” porque sin ser su mamá, la recibió y la acogió, puedo entender por qué para ella era tan importante generar una estructura familiar sólida e irrompible. Y creo que lo logró. Pues aunque a lo largo de los años cada quien vamos teniendo nuestros respectivos retos, hoy día tanto hijos e hijas como nietas y nietos, seguimos poniendo en primer plano el apoyo entre nosotr@s. Y eso, estoy segura, es obra de ella, y algo de lo que se sentiría muy orgullosa.


Un canto que sigue sonando

 


¡A desalambrar, a desalambrar.. que la Tierra es nuestra, tuya y de aquel..!


Cuando estaba en la secundaria conocí a Víctor Jara, el día que mi amada madre me compró una colección de VHS sobre la Historia de México.. y en alguna parte de uno de los videos escuché las notas y la letra de esa canción..


No sabía quién estaba cantando, pero me pareció que decía algo fundamental.


Así que lo investigué (en aquel entonces, claro, sin internet). Y así fue como di con su historia, y por supuesto la de Chile.. Salvador Allende y Pinochet.


Después compré un libro: "Un canto truncado", escrito por Joan Jara, quien fue su esposa.


Y a través de esa ventana conocí más sobre Chile, sobre México, sobre América Latina, sobre España, sobre el mundo entero y la injusticia sistemática en la que hemos vivido desde hace ya tanto tiempo.


Así supe también sobre Tlatelolco, y aunque no lo haya vivido, pude entender que el Estado era capaz de hacer cosas atroces, y que eso de ninguna forma debía ser callado, ni permitido, ni aceptado con resignación.


Conocí a Miguel Hernández, y aprendí de él la posibilidad de amar por igual a tu Patria, a tu Espos@ y a tus Hij@s, y profesarles la misma pasión y devoción, con actos claros, elocuentes y congruentes.


(Hace algunos años, por cierto, me peleé con el concepto de "Patria" por querer abrazar uno cercano al de la Aldea Global.. pero después recordé por qué tener una identidad clara es importante, como una forma de reconocernos y encontrar modos de conectar desde nuestros respectivos marcos de referencia, aún si confluyen en ella tantas líneas provenientes de un pasado diverso. Y que eso no implicaba tener que dejar de creer en el respeto y la paz a lo largo del mundo, independientemente de los límites territoriales y las ¿"brechas" culturales? Y claro, que yendo aún más lejos, la identidad en términos materiales apenas es un esbozo de lo que podemos ser mientras somos en cada vuelta, pero que en nada se relaciona con lo que somos en esencia espiritual).


Y así fue como, con Víctor Jara, y gracias a mi madre ❤️ aprendí que la música y el canto son también herramientas para enunciar verdades, y buscar transformar las que no son justas o favorables para la paz y la armonía entre los seres humanos.


Supe también que al creer en esta posibilidad, se me iba a juzgar por utópica. Y que ante ello también tendría que aprender a mirar con ojos claros y a no pecar de ingenuidad.


Pero nunca a perder la Fe, ni la utopía, como brújula necesaria para no desviar el rumbo, y más bien siempre seguir buscando rutas hacia este bienestar social.


Sigo creyendo en ello, por eso vivo como vivo y trabajo en lo que trabajo. Y en medio de mis paradojas y mis incongruencias.. tanto de las que soy consciente como de las que no, tengo esta brújula que me ayuda a seguir caminando con seguridad, y con la confianza  de que cualquiera cosa que haga en pro de este propósito, tendrá algún eco, y eso habrá de ser positivo.


Lo mejor de esto, es que mientras más he abrazado esta creencia, me he encontrado cada vez con más personas que piensan lo mismo, y que hacen cosas valiosísimas desde sus propios espacios con el mismo objetivo. Eso renueva mi fe, mi confianza y mi esperanza.. aunque no ignore también las cosas terribles que vienen pasando.


Elijo, pues, seguir creyendo.


Esta es, pues, mi renovación de Fe.


***


“Somos cinco mil aquí.

En esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil.

¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?

Somos aquí diez mil manos que siembran y hacen andar las fábricas.


¡Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral, terror y locura! 

Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas. Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano. 

Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores, uno saltando al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro, pero todos con la mirada fija de la muerte. 


¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!

Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.

La sangre para ellos son medallas.

La matanza es acto de heroísmo.


¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?

¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?


En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.

Que lentamente querrá la muerte.


Pero de pronto me golpea la consciencia

y veo esta marea sin latido

y veo el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.


¿Y México, Cuba, y el mundo?

¡Qué griten esta ignominia!


Somos diez mil manos que no producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?


La sangre del Compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.


Canto, que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto.

Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.

De verme entre tantos y tantos momentos del infinito

en que el silencio y el grito son las metas de este canto.


Lo que nunca vi, lo que he sentido y lo que siento hará brotar el momento...”


Víctor Jara. 15 de septiembre de 1973, horas antes de ser brutalmente asesinado.

23.9.21

pájaros de barro

Con todas las ganas de no soltar mis ganas de acercarme a la música cada vez con menos miedo cuando se trata de interpretar.. comparto una de mis canciones favoritas del mundo mundial. Y miren que son un montón.

Con saltos raros que hacía la cámara de la compu, más todos los zipizapes y desatinos de mi propia interpretación (sorry 😅), pero igual con un chorro de buena vibra, "Pájaros de Barro" de Manolo García, cantautor y miembro del grupo español "El último de la fila" 🙂



4.2.21

musicoterapia


En la musicoterapia, la presencia del sonido permite la sensibilización de áreas internas, la capacidad para facilitar el contacto con emociones y la expresión fluida de distintos tipos de sentimientos y estados energéticos.

Esto ocurre debido a que el sonido posee una serie de características esenciales:

 

“*No existen barreras físicas para el sonido: aún si se carece de audición, el cuerpo percibe las vibraciones desde sus distintas células y los tejidos que estas conforman.
*Es el gran espejo proyector: en la música solemos proyectar sensaciones, sentimientos, recuerdos, imágenes, personas, conflictos, estados no resueltos, etc.
*Opera directamente en estructuras del Sistema Nervioso Central, estimulando áreas específicas en las que se genera información no sólo sensorial, sino relacionada con emociones y sentimientos.
*Trabaja de manera profunda con estos sentimientos: ya que tiene el poder para evocarlos en cualquiera de sus matices, profundo o superficial.
*Actúa en niveles preverbales: en la pre-expresión, como fuente orgánica de la comunicación, se entretejen todas las memorias y verdades del cuerpo. La música, por su naturaleza energética, tiene acceso a estos procesos primarios del ser humano.
*Genera estados regresivos: esto a partir de la existencia de lo que Benenzon llama “imprintings” o impresiones sonoras que marcan al ser humano desde antes de nacer, y que la música puede evocar o permitir la memoria o las asociaciones que lleven a la persona a momentos previos.
*Crea diferentes formas de relacionarse: intrapersonales e interpersonales, como metáforas, símbolos o arquetipos.
*Intensifica la experiencia humana: facilita la capacidad de darse cuenta de lo que se experimenta, y potencia las imágenes u otras manifestaciones que acompañan a esa experiencia.” (Víctor Muñoz Pólit, 2008).

31.1.21

cruzando el rubicón

Pocas cosas en la vida son tan dolorosas como el proceso de diferenciación. Salir de la fantasía del “Yo Grupal” siempre será como un golpe, como una precipitación al vacío.
Volver a esa “fantasía”, es algo que haremos a menudo, con mayor o menor frecuencia y conciencia. Pensar que “somos uno”, cuando creo que mi pareja piensa exactamente como yo, o cuando creo que en un grupo tod@s tenemos exactamente el mismo propósito e intención, incluso desde el momento mismo en que nacemos, y antes de que nuestra mirada pueda enfocarse, y descubramos que hay un límite en nuestra piel, que nos separa de lo que está más allá de nuestro cuerpo.
Descubrir, en algún momento estas “fantasías grupales”, y reconocernos diferentes, es entonces un duelo, pero al mismo tiempo es un gran regalo.
El regalo de la individualidad. Que a los 9 años es más específico, pues es un momento clave en nuestro proceso de desarrollo, de identidad, de individuación.
Aquí una mirada a ese momento crucial de la vida de todo ser humano, cómo reconocer cuando está ocurriendo, y cómo poder acompañar a quien está dando este paso del cual ya no hay marcha atrás.




¿por qué hacer un acompañamiento terapéutico con la música?

“La música es […] el sonido de la tierra y el cielo, de las mareas y las tempestades; es el eco del tren en la distancia, las reverberaciones de los martillazos del carpintero en acción. Desde el primer grito de vida, hasta el último suspiro antes de la muerte; desde los latidos del corazón hasta los vertiginosos vuelos de la imaginación, estamos envueltos en el sonido y vibración en todo momento de nuestra vida. Es el aliento primordial de la creación, la voz de los ángeles y los átomos; es, en último término, la materia de que están hechas la vida y los sueños, las almas y las estrellas”. Don Campbell.
Vivimos inmersos en una sonósfera, en un mundo que vibra. Los primeros babilonios y los griegos antiguos, relacionaron al sonido con el cosmos, a través de una concepción matemática de las vibraciones acústicas vinculadas con los números y la astrología. Peter Crossley-Holland hacía mención de que “los filósofos pitagóricos concebían las escalas musicales como un elemento estructural del cosmos”. También creían que, aunque el sonido existía como un elemento natural en el Universo, podía no ser perceptible a los oídos del hombre. Llamaban “armonía de las esferas” a los sonidos inaudibles producidos por los movimientos de los cuerpos celestes, que expresaban la armonía matemática del macrocosmos.
Por otro lado, en un sentido más concreto, “la música es una experiencia no verbal que moviliza imágenes y símbolos del inconsciente colectivo; actualiza y construye nuevos arquetipos que van señalando los cambios hacia una nueva era [...] La música utiliza un lenguaje que está dado por los sonidos que expresan ideas y sentimientos, y aproxima a los hombres hacia un contacto más directo, profundo, de alma a alma, rompiendo las barreras de las diferencias individuales, sociales o culturales. La música simboliza la comunicación y la conexión entre los seres humanos” [Córdova, 1998: 23].
Sin embargo, la posibilidad de ir hacia experiencias profundas de la psique, no es definida meramente por el hecho de incorporar la música como parte del proceso psicoterapéutico. En cambio, está sustentada en la forma en que ésta pueda ser integrada en el marco de una metodología que le dote de un carácter primordial como cofacilitadora de la expresión emocional, y no sólo como fondo musical.

MUSICOTERAPIA DESDE UN ENFOQUE HUMANISTA
Desde esta perspectiva, se trata de un modelo de acompañamiento con un Enfoque Centrado en la Persona (ECP), que para su implementación, requiere del terapeuta, entre muchas habilidades y el conocimiento de técnicas específicas, fundamentalmente una serie de actitudes básicas:
*Consideración positiva incondicional
*Empatía
*Congruencia
*Respeto
*Genuindad o autenticidad
Para ello, el musicoterapeuta humanista, tiene la responsabilidad y el compromiso de llevar un proceso formativo, aunado a su propio proceso terapéutico, que le permita tener un mayor autoconocimiento, le dé la posibilidad de una mayor apertura y flexibilidad, una mayor sensibilidad y un compromiso con su propio desarrollo personal, mismo que le permitirá la capacidad de relacionarse de persona a persona con ética y un sentido fundamentalmente humano, desde la aceptación del Otro tal cual es y se manifiesta en el Aquí y Ahora, y permitiéndose acompañar su proceso con respeto, autenticidad y empatía, desde la congruencia personal.

25.1.21

(des)esperanza

No puedo extraer nada, tendría que poner la entrevista completa para tomar “lo más interesante”. Todo, absolutamente todo me parece que ha de leerse, y agradecer que existen estas personas que saben cómo observar, comprender y compartirnos un poquito “para dummies” la realidad.
Seguro que no es como él, pero me considero una gran optimista disfrazada en la mente de una enormemente pesimista. Y a veces también al revés.
Pero en el fondo idealista sí soy. Y a la fecha, a pesar de todo lo terrible, no dejan de sorprenderme las cosas increíbles que pasan todos los días, cuando en cualquier punto del planeta, alguien decide hacer algo noble, sea para un@, para dos, para cientos o para miles.
Este mundo actual nos regala todos los días a manos llenas (quizá más generosamente que en otros momentos históricos) oportunidades para elegir cómo procesar el miedo, el dolor, la incertidumbre.
Y en general, creo que, como en todo tiempo, está ocurriendo lo justo, lo que habrá de permitir que el equilibrio natural se restablezca. No sé cómo, ni cuándo, ni a costa de qué.
Pero seguimos teniendo la posibilidad de elegir qué hacer desde donde estamos. Ojalá nuestras elecciones nos permitan llevar al mejor destino posible, lo poquísimo que está en nuestras manos.

Slavoj Žižek: “Con la pandemia empecé a creer en la ética de la gente corriente”



21.12.20

armaggedon

 
..Y de un instante a otro todo fue confusión. Sentí cómo éramos arrastrados a través de un túnel, mientras alrededor de nosotros comenzaron a moverse vertiginosamente unos objetos extraños cuyos múltiples apéndices alcanzaban a tocarlo a él con fuerza al girar alrededor de ejes metálicos dispuestos de forma vertical, horizontal o diagonal, dejando a su paso los restos de una sustancia que si bien nos resultaba familiar, lo único que podía pensar era en la imposibilidad de mirar a través de ella, convirtiéndose así en una amenaza no sólo para la visibilidad hacia el exterior, sino también en la estrategia perfecta para que en cualquier instante comenzaran a salir de algún sitio indeterminado, los millones de seres diminutos que en colectivo consumarían el fragmento de apocalipsis que nos había sido destinado, sin que nadie pudiera mirar lo que allí dentro estaría sucediendo. Traté de prepararme para ello, recordé todos los decretos místicos de que pude disponer, y le agradecí a él la lealtad infinita que hasta ese instante me había demostrado. Como en un filme, pasaron ante mí todos aquellos momentos juntos, y pensé también en todos aquellos a los que ya no podríamos asistir. Aunque sabía de antemano lo que este día iba a pasar, lamenté un poco que fuera real, y la incertidumbre respecto a lo que sucedería después del instante último. Quise gritar, quise llorar, pero de mí sólo emergió una mueca amplia, curvilínea y complicada, cuyos extremos quedaron situados en la parte superior de mis labios.. y algo que alcancé a distinguir como una emisión vocal sonora y un tanto musical, que finalmente, después del "señito, ya quedó limpio su coche, si puede avanzarle porque nos o'struye el trabajo" terminó generando esta emoción grata acompañada de alivio. Estoy segura de que él se asustó tanto como yo, pero parece que finalmente sólo se trataba de una técnica peculiar de lavado automotriz, y estoy orgullosa de que su lealtad haya tenido nuevamente ocasión, pues en ningún momento lo vi intentar huir, ni perder su característica serenidad y compostura. Gracias, querido Tsuru, por hasta el fin del mundo, seguir siendo el mejor auto :)

1.7.20

que no falte la falta



Lo recibiste entonces. Era como un oráculo. 

Una especie de calendario, como una agenda visual a la que había que insertarle datos.. y entonces revelaría esa razón inextricable por la cual, lo que ha ocurrido estos días a esas personas que amas, tendría respuesta y sentido.

Como esas tareas que la vida nos administra de cuando en cuando.

De siempre en todos los días.

Pero que hay veces que son más complejas. Como a razón de "yo estoy en el kínder y me estás dando una lección de doctorado".

Pero que a veces en un golpe de suerte, o de conciencia,

'Insight', a decir de los que se sienten más letrados,

le encuentras pies y cabeza.

con el esquema corporal consolidado, una luz hacia la cual avanzar para salir del túnel, para escapar del círculo de la bendita inercia.

De esas tareas que.. no sé..
ahora que lo dimensiono de esta forma,
quizás aún no he tenido ninguna.

A pesar de que he tenido ya unas cuantas.

De cualquier forma..
¿cuál podría ser el parámetro para ponderarlas?

Pero entonces despertaste.

Quizás perdiste tiempo en la gratitud y el júbilo por haber recibido respuesta a tu súplica: 

"una forma de saber por qué ha pasado esto una y más veces".

Una forma de ayudarles a comprender qué es lo que tendrían que estar trabajando internamente, de qué tendrían que hacerse conscientes para poder aprender y que el Universo no tuviera que seguírselos reflejando.

Y quizás haya sido tanta emoción

¡caray! ¿es que no podías, por una vez, concentrarte?

la que hizo que despertaras. Sin haber terminado de insertar los datos necesarios para recibir la anhelada respuesta.

Despertaste.

Y a pesar de la misión fallida, lo hiciste sin sobresaltos.

Extrañamente, incluso, quizá con un algo de lucidez poco característica.

Porque fue en ese momento que resonó en tu cabeza, como venida de algún sitio profundo:

"Que  no  falte  la  falta..."

(Sí, sabemos quién lo dijo).

Ningún drama. Ni por poco alguna clase de hilo negro recién descubierto.

Te dices: "", y lo repites:

"Que-No-Falte-La-Falta"

Que es la imposibilidad de completud, y nuestra obstinación ingenua por lograrla, la que las más de las veces se convierte en nuestro motor.

Como el juego de infancia aquel, de los cuadritos, donde la ausencia de uno de ellos es la que permite el movimiento.

Así en la vida: si tuviéramos todo lo que deseamos y necesitamos, esa comodidad nos llevaría a la inercia y/o, eventualmente, a la inactividad.

No nos moveríamos pues no haría falta.

Y ve a saber qué ocurriría.

En el mejor de los casos nos crecerían las raíces, las ramas, los frutos, y terminaríamos

¡¡¡¡POR FIN..!!!

aprendiendo a comunicarnos.

Pero también podríamos enmohecernos, anquilosarnos, pudrirnos, consumirnos de a poco, y un día, sin más, desaparecer.

De cualquier forma lo haremos.

Y es todo, menos trágico.

Por eso siempre hemos de estar incompletos.

Incluso cuando parece que nada nos falta.

"Revisa otra vez".

No sea que tu noción de contentamiento,
descubras que se parece más
a lo que te dijeron que era la mediocridad. 

Perversa y polimorfa.

¿La niñez?: ¡La relatividad!

15.3.20

angst


“Tan solo tengo que levantar mi mirada
y una vez más me convierto en el mundo.

[Porque solo una parte de mí tiene miedo..
la otra no se lo cree]”.