22.6.07

manifiesto


 
Yo creo que los sueños igual se cansan de ser soñados.


Lo creo porque los he visto.


Cuando les pasa hacen gala de una independencia que raramente les conocemos y sencillamente desaparecen.


Su ida es un espectáculo extraño para los que se sienten dueños de ellos... desgarrador para los que no entienden que también los sueños necesitan descansar.


No se sabe a dónde van a recrearse, pues una vez que lo han decidido, es imposible que los acompañes; pero debe ser sin duda un lugar hermoso, porque sé de muchos sueños que en algún momento han deseado ir allí.

Hay veces que, fiel a tu papel de soñador, te pones autoritario y los detienes... te aferras a ellos y los traes para allá y para acá, que los pobres terminan hechos jirones. Otras veces los dejas muy bien guardaditos en cajones forrados cuidadosamente con satén y bajo llave... pero terminas olvidando que ahí estaban y ellos se mueren de tristeza.

Aunque no siempre es así. También pasa a veces que los traes encima y dentro, y les platicas de su naturaleza: de cómo han nacido para dar vida (porque dan vida) al que los sueña -y viceversa-, y de cómo su destino es trascender al más puro estilo que sólo ellos que son sueños saben en determinado momento (y no antes ni después), y de cómo para nosotros los humanos son tan importantes al grado que hay quienes afirman pomposamente que "sin sueños no podríamos vivir".

Y cuando al sueño le platicas de esto, ¡quién sabe qué cosas pensará!, pero casi siempre pasa que te mira con ternura, que hasta llegas a pensar que ya todo lo sabía. Y entonces te recorre un gran escalofrío cuando te preguntas si también sabrá que finalmente (y como todos) sólo ha nacido para morir.

"Para trascender", dirán los optimistas, y no los contradigo.

Pero es que, como en todas las historias, a veces hay cosas tristes: sueños que se lanzan al vacío o que mueren olvidados, y que no alcanzan a armar ese gran rompecabezas que es su propia existencia, y cuya conformación es el sentido de vida que los hace subsistir.

Porque no hay nada más bello para un sueño, que mirarse cada día al espejo y descubrir un nuevo fragmento de sí mismo que ha adquirido forma, color, textura, claridad... aunque sepa que al llegar a la última pieza, no quedará más que cerrar los ojos y dejarse llevar, mientras se levanta la materialización de sí mismo, aunque signifique su propia muerte.

(El nacimiento de un sueño también es una cosa mágica. Tal vez otro día escriba al respecto).

El caso es que algunos sueños, cuando no ven nada claro en sus vidas, yo creo que se aburren y las patitas les brincan, y el corazón, de ganas de ir a ese lugar que sólo ellos saben que existe, porque es de esas cosas que son ciertas desde los tiempos de los sueños más viejos, aunque no exista una sola prueba de ello, y de las que, si te falta fe, seguro habrás de renegar, desdichado, porque en ese momento las estarás destruyendo.

Y yo creo que tienen derecho.

Que es justo para un sueño poder ser libre si tú, soñador, no has entendido la enorme responsabilidad que es cuidarlo. Y es que a veces los subestimamos, creyendo que sin nosotros no viven. Ingenuos, si el Universo y sus posibilidades son de cualidad del infinito.

Por eso hoy quiero ser portavoz. Decirle al mundo que los sueños también tienen la necesidad de ser cultivados. No importa si son sueños eternos, de los que existen sólo para mantenernos en pie, no obstante que no se materialicen.

Lo importante para todos ellos, es que no mueran olvidados... que se les hable a menudo, que se les acaricie... que se les lleve al campo y al mar y a la montaña... y que si un día también ellos lo piden... que se les deje libres.