“Próxima estación: Esperanza.
Avenida de la Paz..”
Manu Chao.
Diecisiete de junio de 2017. Ese día comenzábamos oficialmente un proyecto que no se habría materializado, al menos no en ese momento, si esto otro que pensábamos ocurriría (tener eventualmente en nuestros brazos a Ilya, nuestro hijo) no hubiese sido algo de sólo un instante, para tener que dejarlo ir.
No se me ocurría nada mejor para rendir tributo a la vida que nuestro hijo tuvo y después entregó, que trabajar por construir algo que mi esposo deseaba desde hacía 10 años, y que por una u otra razón no había podido verse materializado.
Empezamos con miedo, con ganas y en mucho como caminan los ciegos.. sin poder ver al frente, pero confiando en que poco a poco podríamos ir reconociendo el terreno y hallando cómo ir dando forma a esa idea que venía pidiendo ser real desde hacía tanto tiempo.
Mi esposo es un ser peculiar.. ayer conocí a una de sus amigas, y justo me lo decía “siempre fue bien raro..”
Ni le conozco del todo, ni mucho menos le entiendo.. pero no lo necesito cuando desde otro lugar puedo sentir su esencia.. esa que en medio de la vida y sus carnicerías, en vez de llevarle a cualquiera otro lugar, lo llevó a pensar en la manera de construir un espacio que fuera refugio ante la búsqueda que en algún momento despierta y te hace preguntarte, entre otras muchas cosas: “¿qué más hay..?”
Así comenzamos.. no habiendo lidiado aún con un dolor que ambos, a nuestra forma teníamos en común.. que aún existe y que no creo que vaya a desaparecer.. y sin embargo poniendo todas nuestras fuerzas en transformarlo en motor para aceptar cuando Dios dispone que tus planes sean cambiados abruptamente, y para elegir qué hacer con lo que te queda.
Lo que a mí me quedó, fue la certeza de que elegí compartir la vida con el mejor hombre.. ese que a pesar de haber perdido a su hijo aún pudo agradecer porque Dios me permitiera a mí seguir con vida. Ese hombre que estuvo día y noche en una sala de espera orando y esperando, y que cada vez que entraba a mirarnos a terapia intensiva hallaba la forma de dar una sonrisa, un abrazo, un beso, una palabra, de no mostrar lo difícil que era estar ahí afuera participando de las diligencias en las que el proceso clínico a veces se convierte.
Eso a mí me basta para desear poner toda mi energía en que lo que proyectes pueda existir, porque creo que eres un buen ser y lo mereces.. y porque he visto que mucho de lo que quieres a menudo es siempre para brindar ayuda y servicio a alguien más.. ni siquiera es para ti mismo, y eso me parece tan noble.
Me basta para sentir que también te debo la vida, pues aunque no haya estado en tus manos, me hiciste sentir bienvenida una vez que pasó el peligro.
Me quedó el saberme bendecida, por mi esposo, por mi familia que también estuvo ahí todo el tiempo, y por las personas que en ese momento estuvieron cerca y no los dejaron solos mientras estaban ahí a la espera.
No sé a qué exactamente vino Ilya, y sin embargo aunque fue breve su presencia siento que hay algo más profundo que desde algún sitio cada vez que nos levantamos y vamos directo a la vida, él nos sigue regalando.
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