(Lecciones ancestrales de Esperanza... o de cómo se puede Creer en la posibilidad de la reconstrucción... la recreación... la resignificación... el renacimiento...)
Ocurría cada 52 años: la convergencia en un mismo punto de dos formas de cómputo del tiempo de los pueblos mesoamericanos (la relacionada con la agricultura y la que regulaba las ceremonias religiosas que se practicaban...) 52 años solares a 73 años religiosos... y entonces se iniciaba un nuevo ciclo. Era el Fuego Nuevo...
Transformación y regeneración.
El Fuego (en esencia Dual) omnipresente en los tres niveles... cielo, tierra e inframundo... Ilhuicatl, Tlalticpatl y Mictlan...
El Hombre en relación estrecha con él y con su representación simbólica, en una búsqueda incansable de renovación.
Y como en espiral dialéctica... siempre hacia una depuración del Ser.
Recorriendo el Universo según la figura propuesta: comenzar... avanzar en forma progresiva semicircular, rodear y al casi llegar al punto inicial, reobservarlo... como retroalimentación...
Subir después a otro nivel.
Explorarlo.
Avanzar. Rodear. Recordar. Ascender.
Apertura y cierre que alternan y se resuelven.
Niveles que permanecen ligados, pero que uno a uno han de superarse. Que con el tiempo serán La Historia. Que como tal permanecerán, y en su naturaleza, darán paso a este continuo devenir. Vínculo alrededor de un eje entre el nivel primero y el actual... entre el inicio y el momento presente... entre el Pasado y el eterno Presente.
Y así, la construcción de una Identidad.
Y aquí, de nuevo esa enseñanza de nuestros ancestros: que para nosotros, para el Universo... es posible Renacer.