Ionesco tenía esa habilidad: la de escupir realidades. Hacerlo directo arriba del rostro y unos cuantos centímetros hacia dentro... darse la vuelta y dejarte pensando si tal vez fuera hora de dejar de ver en tu espejo a Linus. De guardar tu mantita. Quizás de destruirla.
Y a propósito de la colación de esta frase circular en los cajones primarios de mi gaveta mnemotécnica... de cosas de cambio y de estática... hablemos de la Dinámica de la Inercia Mental... esa que nos hace andar por las mismas rutas y cometiendo los mismos errores una y otra vez.
Es que el acto de introspección tiene sus vericuetos. Problemas técnicos: es hecho por individuos que poseen una serie de esquemas referenciales que bien pueden llenar de sesgos toda conclusión a la que llegan y, así, eso de la autorreflexión declarada, lleva consigo un cierto dejo de inocencia perversa. El riesgo del autoengaño y de estar sólo dando vueltas.
Inercia.
Pero no creo que no haya salida. Ni que las alternativas sean sólo tangenciales.
Ese Oscar Wilde sí que era mordaz, y propone la enunciación de otra verdad: "No te reconozco... he cambiado mucho..." ¡¡¡Mierda!!! Se necesita valor para aceptarlo. El cambio propio como inevitable, el cambio ajeno por igual, la variabilidad de percepciones a partir de esto, la vulnerabilidad de la realidad... y que todo sucede aún sin nuestra conciencia... y las más grandes amenazas casi nunca provienen del exterior.
Que si un día nos levantamos y el gato que vive en casa parece tener otro color, debe ser en parte eso... y en parte que lo hemos visto con otros ojos. Y que si logramos mirarnos, veremos cómo también nosotros hemos adquirido nuevos matices.
Que no tiene caso desear volver a un punto anterior en la historia de nuestra vida.
Que hoy quiero creer un momento en Cortázar, y repito con fe sus palabras: "Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo..."