En la musicoterapia, la presencia del sonido permite la sensibilización de áreas internas, la capacidad para facilitar el contacto con emociones y la expresión fluida de distintos tipos de sentimientos y estados energéticos.
Esto ocurre debido a que el sonido posee una serie de características esenciales:
“*No existen barreras físicas para el sonido: aún si se carece de audición, el cuerpo percibe las vibraciones desde sus distintas células y los tejidos que estas conforman.
*Es el gran espejo proyector: en la música solemos proyectar sensaciones, sentimientos, recuerdos, imágenes, personas, conflictos, estados no resueltos, etc.
*Opera directamente en estructuras del Sistema Nervioso Central, estimulando áreas específicas en las que se genera información no sólo sensorial, sino relacionada con emociones y sentimientos.
*Trabaja de manera profunda con estos sentimientos: ya que tiene el poder para evocarlos en cualquiera de sus matices, profundo o superficial.
*Actúa en niveles preverbales: en la pre-expresión, como fuente orgánica de la comunicación, se entretejen todas las memorias y verdades del cuerpo. La música, por su naturaleza energética, tiene acceso a estos procesos primarios del ser humano.
*Genera estados regresivos: esto a partir de la existencia de lo que Benenzon llama “imprintings” o impresiones sonoras que marcan al ser humano desde antes de nacer, y que la música puede evocar o permitir la memoria o las asociaciones que lleven a la persona a momentos previos.
*Crea diferentes formas de relacionarse: intrapersonales e interpersonales, como metáforas, símbolos o arquetipos.
*Intensifica la experiencia humana: facilita la capacidad de darse cuenta de lo que se experimenta, y potencia las imágenes u otras manifestaciones que acompañan a esa experiencia.” (Víctor Muñoz Pólit, 2008).