A mí para empezar ni siquiera me ajustaba sentirme “niña”.. y con el paso de los años “Mujer”.
Pero agradezco a muchas mujeres el haber aprendido a habitarme con amor y aceptación. Y comprender por qué no me gustaba ser mujer. Entre otras muchas cosas era un rechazo a la noción de siempre haber sido “de chocolate” en los juegos.. justo por ser mujer. Y por haber “aprendido” después que las niñas “éramos envidiosas y traicioneras”, y porque había muchas cosas que no me permitían hacer.. no sé si por ser mujer o no, pero que en todo caso yo ya había asumido que estaba relacionado.
Por eso como a los 7 años un día me dije que de grande lo que yo quería ser era hombre. Por eso crecí y lo probé.. desde ajustar mi apariencia, hasta considerar la posibilidad de ser lesbiana. Y la verdad es que de ello aprendí a mirar, gustar de, admirar y amar a personas y no a géneros ni preferencias sexuales.
Sin embargo por dentro seguía sin estar cómoda conmigo misma. Ni con las demás. Decidí que lo mío era tener amigos y no amigas, porque ellos sí eran transparentes y sin prejuicios. Y la verdad es que elegí muy buenos amigos, que hoy día todavía amo y frecuento, pero que también hoy sé que no los quiero por ser hombres, sino por cómo son ellos.
Después tuve una oportunidad laboral que no sabía el giro que iba a darle a mi vida: poder ser Psicóloga Social en comunidades, justo después de haber tenido un poco de experiencia en campo en CONAFE (gracias a otra gran oportunidad). Sin pensarlo lo acepté.. y cuando supe cuál sería el trabajo, entré en shock: “prevención y atención a violencia familiar y de género” 😳
Pensé: “no es posible, voy a tener que escuchar a mujeres”. Me avergüenza decirlo, pero así fue. Sin embargo lo hice, consciente del sesgo, de que tenía que estar alerta porque mis juicios y prejuicios estarían a la orden todo el tiempo.
No pasó mucho tiempo para que (una vez más, como en tantos otros casos y con tantas otras cosas) la realidad me hiciera bajar de mi nube de soberbia. Trabajar en la Sierra Otomí-Tepehua me ayudó a conocer muchas mujeres que después pude ver con ojos muy distintos a los que había tenido por mucho tiempo.
Mi propio sesgo me ayudó a construir una noción incluyente, donde me interesó escucharlas no solo a ellas, sino también a sus esposos, padres, hermanos, hijos, novios. También a sus hijas. Y a sus madres, hermanas, a todos y todas. Buscar trabajar a diferentes niveles en distintos subgrupos y también de forma individual.
Y aunque esto en parte fue motivado por mi sesgo, ocurrieron cosas muy bellas y muy profundas en algunos casos, que me hicieron reafirmar la convicción de que la respuesta no estaba en antagonizar, ni en empoderar sin una base de conciencia, empatía y comunicación.
Empezaba a identificarme también con ser Mujer. Volví de la Sierra y conocí grandes mujeres que coordinaban proyectos en los que trabajé después (y a decir verdad descubrí que antes de la Sierra también estuve bajo la autoridad de mujeres muy sabias y con un gran liderazgo, solo que antes no lo notaba).
Pero fue hasta que llegué a la Musicoterapia, y a la par de que hacía mi formación, inicié mi proceso terapéutico, que me atreví a abrir esa ventana. Y fueron ellas: mi terapeuta, más otras grandes mujeres que eran mis maestras en ese lugar, quienes sin juicios, con amor pero también con verdad, me ayudaron a encontrarme.
Fue ahí donde supe, me sentí, y amé ser Mujer.
Después vino una prueba de fuego: otra gran mujer me invitó a trabajar en un Programa de desarrollo de Habilidades Socioemocionales. Acepté porque amo la Educación. Y porque mi fe está puesta desde hace mucho tiempo en los espacios educativos como plataformas para la transformación social. Pero la gran sorpresa vino cuando descubrí que el equipo con el que trabajaría, era sólo de mujeres.
Entré en pánico, por supuesto. Pero el miedo me duró muy poco, pues desde el primer momento pude sentirlas y saber que eran grandes mujeres, y pude mirarlas trabajando, estar en reuniones con ellas haciendo planes, acuerdos, trabajando todas por el mismo fin y propósitos. Fue fácil amarlas después.
Con ellas aprendí a no tener miedo de ser mujer, y a nunca más desconfiar de las mujeres. Aprendí por qué es importante defender y hablar de cosas como Feminismo, Acoso o Lenguaje Incluyente, a pesar de que exista a quien no le parezca importante, o que lo considere exagerado o tergiversado.
Hoy sigo trabajando en mí. A diario me descubro en mis creencias e introyectos. A diario procuro ser más consciente y responsable con ellos. Trato de equilibrar y darle un lugar a todo en mí, y ponerlo al servicio de mi propia vida y en cada uno de los espacios en que se me permite y elijo intervenir.
Creo en el Aprendizaje, en la Educación. Y creo que como sociedad, si no olvidamos que somos seres capaces de aprender y desaprender, de analizar y resignificar, podremos caminar hacia un lugar donde entendamos que en el fondo todos y todas estamos buscando lo mismo, sólo que en el camino hemos ido construyendo confusión y caos. Anhelo un mundo donde haya menos polémica y más respeto y un sentido común que nos ayude a estar en conciencia continua y en comunicación, para entonces poder coexistir y vincularnos sin lastimarnos a nosotr@s mism@s ni lastimar a otr@s.
Tengo fe en que así será. Las noticias de todos los días me tratan de decir que no pasará, pero afortunadamente mi trabajo me ha permitido ver todo lo contrario. Y desde esa fe es que también me pronuncio en espacios como este, y que hago uso de mis herramientas. Cuando no sé cómo, o no puedo, pido ayuda (eso apenas lo estoy aprendiendo, y me falta en muchos rubros).
No es fácil. Hay días que al final termino agotada, pero nada que un descanso no me permita reparar. Y luego me asomo y veo a tanta gente trabajando por lo mismo, que entonces recuerdo que no estoy sola, recobro la fuerza y me acuerdo del cuentito del colibrí que lleva en su pico gotitas que toma del mar, una por una, para ayudar a apagar el incendio. Respiro y sigo trabajando.