22.10.14

ready to start

"Lo que importa -dice la Hermana Justiciera-
es que la gente necesita un monstruo en el que creer.
Un enemigo verdadero y horrible. Un demonio contra el cual definirse.
De otra manera, no somos más que nosotros contra nosotros mismos".

Fantasmas. Chuck Palahniuk.  


Existen millones de cosas que agradezco a mis padres y hermano. Sin embargo hay una, en particular,  en la que tengo especial gratitud a mi madre, y es el que haya puesto en mis manos desde tan pequeña, los libros.

Soy de esas lectoras libres, y lo explico así: leo, no leo, leo a medias, regreso y termino, leo páginas al azar buscando respuestas, voy de atrás para adelante, de adelante para atrás, releo, olvido los libros de vez en cuando, y cuando menos lo siento, ya estoy de nuevo perdida entre sus hojas.

O encontrándome, o viajando, o aprendiendo, y como sea, siempre sorprendiéndome de los infinitos mundos que encuentro una vez que decido abrir uno y poner mis ojos en las letras que los habitan.

Hace poco terminé de leer un texto de esos que te atrapan madrugadas enteras. Letras pequeñas, hojas  y hojas abarrotadas de ellas.

Era un texto peculiar en su forma. Una historia inverosímil, en la que había contenidas otras tantas historias que venían del sustrato del puñado de seres que por alguna causalidad eligieron su destino en el retiro voluntario en el que después se verían atrapados, o al que más bien abrazaron por encontrarlo susceptible de ser utilizado para regodearse en sus propias miserias, carencias, escapes, huídas y búsquedas de libertad.

Fue un texto con el que recordé que los seres humanos somos seres de motivaciones, y que detrás de cada acto, siempre hay una historia que da sentido y lógica -cualquiera- a cada uno de los movimientos que hacemos en cuanto la conciencia nos despierta cada día.

Aprendí también una multitud de cosas: "Secretos de Estado" de esos que por alguna razón se escapan a la luz y después se convierten en "Secretos a voces". Peculiaridades propias de vidas particulares con formas específicas, que por sernos ajenas podrían estar lejos de nuestro acceso a su conocimiento, si no fuera justo porque los libros nos permiten echar un vistazo a ellas, con la (casi) seguridad de que no estaremos metiéndonos en ningún lío como el que tendríamos si el vistazo fuera a través de la cerradura física de la puerta de su departamento o la lectura subrepticia de su correspondencia. Ni hablar del roce directo, que bien podría convertirse en inmersión peligrosa en terrenos complicados de donde nos podría ser difícil salir.

Fue, pues, un encuentro frontal con diferentes matices de la Naturaleza humana. Digamos los no tan luminosos. Pero motivados, siempre motivados. Así fuera por algo que aún sin ser mencionado, perfectamente podía traslucirse, ya en el entuerto de cargarse las propias entrañas en la mitad de la pubertad y para toda la vida, que en el de meterse al oficio de la reflexología más oscura, que en el de privarse casi voluntariamente de todo servicio básico -incluida la alimentación- para terminar cambiando tu dieta a una cuya base proteínica es el tejido cartilaginoso de tus propios apéndices corporales, que en el de escaparse de la máxima institución secreta y de seguridad en la que estás encerrada por considerarte uno de los seres más peligrosos para el mundo.. o por lo menos para todo aquél que tenga la mala fortuna de cruzarse por donde aún haya un poco de tu halo de vida, que en cuanto entrare en contacto con cualquier otra existencia, se convertiría en halo de muerte para ellos.

Y con todo eso, más allá de la coquetería y el affair mental con esa pléyade de outsiders de elite (por estar tan alejados del cliché), aún así, algo le hizo falta para convertirse en una de mis lecturas entrañables.

No lograba identificarlo, sino hasta que abrí frente a mis ojos el que sería mi siguiente texto a leer:

Letras grandes, hojas a veces vacías, otras con poco texto, y una amplitud tal, que podríamos decir que era como una vigésima parte de lo que fue en extensión el libro anterior.

Un libro “de una tarde” que, sin embargo, hizo lo que no pudo hacer su predecesor: permitirme contactar con el sustrato emocional que -en la congruencia de su etimología- fundamenta gran parte de mi "e-moción".

"Es terrible darse cuenta de que uno tiene algo cuando lo está perdiendo"

Y es en esta parte donde ya no quiero hablar de mí. 

Y aunque sé que en mi intento por explicarme, difícilmente saldré de ese marco, de cualquier modo quiero repetirlo: que a partir de ahora este texto no es mío, ni de los libros, ni de las emociones que despiertan.

En este punto podría, incluso, ponerme a disertar desde la intelectualidad acerca del amor explicado más o menos en términos del Budismo Zen. De vacuidad. De liberación de los apegos. Del encuentro con la esencia, y de lo que en algún contexto y desde alguna subjetividad particular podríamos tener a bien denominar "Libertad".

Pero asumiendo que mi nivel de conciencia está lejos de aquél que pudiera permitirme que mi siguiente vuelta sea reencarnando en una dimensión distinta a esta, y que más bien creo que me faltan unas cuantas vidas humanas más (a pesar de que he escuchado a menudo esta noción de que dentro de mí hay un alma antigua), estoy tan cierta de que me falta tanto por aprender en este mundo y con estas formas, que por alguna razón no sólo disfruto, sino que agradezco, estos procesos de vida en los cuales elegimos vincularnos con los Otros y tener en común ese lazo invisible que a mí no me suena a atadura, sino a puente.

"Yo no soy un bailarín/ pero me gusta quedarme/
quieto en la tierra y sentir/ que mis pies tienen raíz"

Poco más de tres décadas llevo pisando este suelo. Es impresionante la cantidad de historias que uno puede contarse a sí mismo (y aquí edito: que me he contado a mí misma) en este tiempo.

Es impresionante la forma en que uno puede mimetizarse entonces (y aquí edito: la forma en que me he mimetizado) con ellas, al punto de no poder distinguir ya la línea que separa la realidad de la ficción. Son impresionantes las certezas que uno (y aquí edito: que yo), abracé por tanto tiempo, sin tener siquiera la precisión respecto a los momentos justos en que encontré (o construí) a cada una en el camino.

“..Lo que sé es que la tristeza de ellos iba y venía; la mía parecía estar cosida a mis pies. Como una carga de siglos sobre mi espalda… Descubrí que la tristeza me quedaba bien. Que tal vez era mi estado natural”.

Y así caminé desde quién sabe cuándo, hasta que vine a caer a este sitio en que descubrí gracias a amorosos actos de acompañamiento libres de juicios, que mi estruendosa afirmación que rezaba: “pues es que soy melancólica, y soy feliz siéndolo” tenía más un rostro de súplica que de estoicismo optimista.

A partir de entonces decidí iniciar el camino de regreso a mi interior, no importando cuán oscuro e intrincado pueda ser. Comienzo a moverme. Aún no distingo muy bien si existe siquiera alguna ruta. Pero tengo menos miedo y menos dudas, y retomo estas palabras para explicarlo:

“Yo ya no soy el mismo. Ya no me pregunto cómo será mi destino..”

Este nuevo sendero apenas empieza, pero se empalma y contiene en sí -o corre en línea paralela- a otros senderos que he empezado a recorrer antes, y que a medida que el tiempo avanza, puedo mirar cómo van desdibujándose en sus líneas, integrándose de esta forma en uno solo.

Un mundo en el que quepan muchos mundos. Todos los mundos. Todos mis mundos. Los mundos que soy yo misma y que hallo replicados en el Universo del que formo parte.

No me asusta la melancolía ni el dolor, y quizás sea porque decidí vivir en ellos. Pero hoy creo que no son un sitio que habitar, y es por eso que voy despidiéndome. Sé que estarán dentro de mí cuando así ocurra –cuando lo elija o cuando me lo permita según el momento que esté viviendo- pero no quiero más que sean mi casa.

Decido mudarme a otro sitio que no tenga nombre ni forma específica, y que sea tan grande que pueda contener en sí al infinito que soy, con espacio para los múltiples infinitos que quiero albergar y con quienes deseo compartir el camino: mis vínculos primordiales y sus propios universos (hermano, padres, compañero, amigos –muchos a quienes seguro tendré que re-conocer y re-encontrar-), mis emociones, mis sentimientos, mis deseos, mis sueños..

Soy la niña escondida detrás de la cortina de la sala. No sé qué hago ahí exactamente, ni tampoco desde cuándo, pero desde donde la observo, estoy decidida a acercarme. Me miro en ella y le digo (y me digo): “Estoy contigo”.


[“Hermanito, voy a decirte algo, tal vez lo único que aprendí en mi corta vida.
Si la cuerda no fuera delgada, no tendría gracia caminar por ella”].




[El Silencio vendrá después..]