"Lo que importa -dice la Hermana Justiciera-
es que la gente necesita un monstruo en el que
creer.
Un enemigo verdadero y horrible. Un demonio
contra el cual definirse.
De otra manera, no somos más que nosotros
contra nosotros mismos".
Fantasmas. Chuck Palahniuk.
Existen millones de
cosas que agradezco a mis padres y hermano. Sin embargo hay una, en particular,
en la que tengo especial gratitud a mi madre, y es el que haya puesto en
mis manos desde tan pequeña, los libros.
Soy de esas lectoras
libres, y lo explico así: leo, no leo, leo a medias, regreso y termino, leo
páginas al azar buscando respuestas, voy de atrás para adelante, de adelante
para atrás, releo, olvido los libros de vez en cuando, y cuando menos lo
siento, ya estoy de nuevo perdida entre sus hojas.
O encontrándome, o
viajando, o aprendiendo, y como sea, siempre sorprendiéndome de los infinitos
mundos que encuentro una vez que decido abrir uno y poner mis ojos en las
letras que los habitan.
Hace poco terminé de
leer un texto de esos que te atrapan madrugadas enteras. Letras pequeñas, hojas
y hojas abarrotadas de ellas.
Era un texto peculiar en
su forma. Una historia inverosímil, en la que había contenidas otras tantas
historias que venían del sustrato del puñado de seres que por alguna causalidad
eligieron su destino en el retiro voluntario en el que después se verían
atrapados, o al que más bien abrazaron por encontrarlo susceptible de ser
utilizado para regodearse en sus propias miserias, carencias, escapes, huídas y
búsquedas de libertad.
Fue un texto con el que
recordé que los seres humanos somos seres de motivaciones, y que detrás de cada
acto, siempre hay una historia que da sentido y lógica -cualquiera- a cada uno
de los movimientos que hacemos en cuanto la conciencia nos despierta cada día.
Aprendí también una multitud
de cosas: "Secretos de Estado" de esos que por alguna razón se
escapan a la luz y después se convierten en "Secretos a voces".
Peculiaridades propias de vidas particulares con formas específicas, que por
sernos ajenas podrían estar lejos de nuestro acceso a su conocimiento, si no
fuera justo porque los libros nos permiten echar un vistazo a ellas, con la (casi)
seguridad de que no estaremos metiéndonos en ningún lío como el que tendríamos
si el vistazo fuera a través de la cerradura física de la puerta de su
departamento o la lectura subrepticia de su correspondencia. Ni hablar del roce
directo, que bien podría convertirse en inmersión peligrosa en terrenos
complicados de donde nos podría ser difícil salir.
Fue, pues, un encuentro
frontal con diferentes matices de la Naturaleza humana. Digamos los no tan luminosos. Pero motivados,
siempre motivados. Así fuera por algo que aún sin ser mencionado, perfectamente
podía traslucirse, ya en el entuerto de cargarse las propias entrañas en la
mitad de la pubertad y para toda la vida, que en el de meterse al oficio de la
reflexología más oscura, que en el de privarse casi voluntariamente de todo
servicio básico -incluida la alimentación- para terminar cambiando tu dieta a
una cuya base proteínica es el tejido cartilaginoso de tus propios apéndices
corporales, que en el de escaparse de la máxima institución secreta y de
seguridad en la que estás encerrada por considerarte uno de los seres más
peligrosos para el mundo.. o por lo menos para todo aquél que tenga la mala
fortuna de cruzarse por donde aún haya un poco de tu halo de vida, que en
cuanto entrare en contacto con cualquier otra existencia, se convertiría en
halo de muerte para ellos.
Y con todo eso, más allá
de la coquetería y el affair mental
con esa pléyade de outsiders de elite (por estar tan alejados del cliché), aún
así, algo le hizo falta para convertirse en una de mis lecturas entrañables.
No lograba
identificarlo, sino hasta que abrí frente a mis ojos el que sería mi siguiente
texto a leer:
Letras grandes, hojas a
veces vacías, otras con poco texto, y una amplitud tal, que podríamos decir que
era como una vigésima parte de lo que fue en extensión el libro anterior.
Un libro “de una tarde”
que, sin embargo, hizo lo que no pudo hacer su predecesor: permitirme contactar
con el sustrato emocional que -en la congruencia de su etimología- fundamenta
gran parte de mi "e-moción".
"Es
terrible darse cuenta de que uno tiene algo cuando lo está perdiendo"
Y es en esta parte donde
ya no quiero hablar de mí.
Y aunque sé que en mi
intento por explicarme, difícilmente saldré de ese marco, de cualquier modo
quiero repetirlo: que a partir de ahora este texto no es mío, ni de los libros,
ni de las emociones que despiertan.
En este punto
podría, incluso, ponerme a disertar desde la intelectualidad acerca del
amor explicado más o menos en términos del Budismo Zen. De vacuidad. De
liberación de los apegos. Del encuentro con la esencia, y de lo que en algún
contexto y desde alguna subjetividad particular podríamos tener a bien
denominar "Libertad".
Pero asumiendo que mi
nivel de conciencia está lejos de aquél que pudiera permitirme que mi siguiente
vuelta sea reencarnando en una dimensión distinta a esta, y que más bien creo
que me faltan unas cuantas vidas humanas más (a pesar de que he escuchado a
menudo esta noción de que dentro de mí hay un alma antigua), estoy tan cierta
de que me falta tanto por aprender en este mundo y con estas formas, que por
alguna razón no sólo disfruto, sino que agradezco, estos procesos de vida en
los cuales elegimos vincularnos con los Otros y tener en común ese lazo
invisible que a mí no me suena a atadura, sino a puente.
"Yo
no soy un bailarín/ pero me gusta quedarme/
quieto en la tierra y sentir/ que
mis pies tienen raíz"
Poco más de tres décadas
llevo pisando este suelo. Es impresionante la cantidad de historias que uno
puede contarse a sí mismo (y aquí edito: que
me he contado a mí misma) en este tiempo.
Es impresionante la
forma en que uno puede mimetizarse entonces (y aquí edito: la forma en que me he mimetizado) con ellas, al punto de no poder
distinguir ya la línea que separa la realidad de la ficción. Son impresionantes
las certezas que uno (y aquí edito: que
yo), abracé por tanto tiempo, sin tener siquiera la precisión respecto a
los momentos justos en que encontré (o construí) a cada una en el camino.
“..Lo
que sé es que la tristeza de ellos iba y venía; la mía parecía estar cosida a
mis pies. Como una carga de siglos sobre mi espalda… Descubrí que la tristeza
me quedaba bien. Que tal vez era mi estado natural”.
Y así caminé desde quién
sabe cuándo, hasta que vine a caer a este sitio en que descubrí gracias a
amorosos actos de acompañamiento libres de juicios, que mi estruendosa
afirmación que rezaba: “pues es que soy
melancólica, y soy feliz siéndolo” tenía más un rostro de súplica que de
estoicismo optimista.
A partir de entonces
decidí iniciar el camino de regreso a mi interior, no importando cuán oscuro e
intrincado pueda ser. Comienzo a moverme. Aún no distingo muy bien si existe
siquiera alguna ruta. Pero tengo menos miedo y menos dudas, y retomo estas
palabras para explicarlo:
“Yo
ya no soy el mismo. Ya no me pregunto cómo será mi destino..”
Este nuevo sendero
apenas empieza, pero se empalma y contiene en sí -o corre en línea paralela- a
otros senderos que he empezado a recorrer antes, y que a medida que el tiempo
avanza, puedo mirar cómo van desdibujándose en sus líneas, integrándose de esta
forma en uno solo.
Un mundo en el que quepan
muchos mundos. Todos los mundos. Todos mis
mundos. Los mundos que soy yo misma y que hallo replicados en el Universo del
que formo parte.
No me asusta la
melancolía ni el dolor, y quizás sea porque decidí vivir en ellos. Pero hoy
creo que no son un sitio que habitar, y es por eso que voy despidiéndome. Sé
que estarán dentro de mí cuando así ocurra –cuando lo elija o cuando me lo
permita según el momento que esté viviendo- pero no quiero más que sean mi
casa.
Decido mudarme a otro
sitio que no tenga nombre ni forma específica, y que sea tan grande que pueda
contener en sí al infinito que soy, con espacio para los múltiples infinitos
que quiero albergar y con quienes deseo compartir el camino: mis vínculos
primordiales y sus propios universos (hermano, padres, compañero, amigos
–muchos a quienes seguro tendré que re-conocer y re-encontrar-), mis emociones,
mis sentimientos, mis deseos, mis sueños..
Soy la niña escondida
detrás de la cortina de la sala. No sé qué hago ahí exactamente, ni tampoco
desde cuándo, pero desde donde la observo, estoy decidida a acercarme. Me miro
en ella y le digo (y me digo): “Estoy contigo”.
[“Hermanito,
voy a decirte algo, tal vez lo único que aprendí en mi corta vida.
Si la cuerda
no fuera delgada, no tendría gracia caminar por ella”].
[El Silencio vendrá después..]