"Ya llegué. Me dispensas por las flores marchitas pero se aplastaron de tanto apretarlas, no por otra cosa, sino por la cantidad de prisa con que me vine. Quiero contarte lo que tú ya sabes madrecita mía. Ya sé que todititos están preparando las ofrendas del día de muertos. De ver tan cerca las fiestas, pues se me figura que yo ya voy a ser difunta y que tanta veladora bonita va a alumbrar mi partida; hasta me imagino un altar rete chulo a los pies de la tierra que me cubra cuando me entierren.
Por un lado me da miedo morirme, pero por
otro lado me daría rete harto gusto, ya que a lo mejor este Pancho viniera
pa’verme. Pa’divisar las ofrendas que de seguro me pone mi Tata.
He venido andando dos días, únicamente
pa’verte. Dice el señor cura que vale igual si te hablo en el monte, que si
mientras voy jalando la yunta, que si mientras muelo maíz, que si en el jacal.
Otras veces lo hago, pero ora no, ora mejor me vine pa’hablarte, pa’decirte que
me pusiste grave, que estoy enferma, creo que me voy a morir, si tú lo decides.
¡Figúrate que ya soy floja y ya no sirvo como antes! Por las mañanas no me dan
las ganas y ni me levanto. ¡Ya mi Tata me jaló del pelo bien fuerte! Pero eso
fue antes, entonces fui a darle de comer
a los animales. Sólo siento alivio cuando jalo aire pa’dentro, pero mucho aire.
El Tata con una sonrisa triste dice que suspiro.
Ya sé que voy a morir y que me
enterrarán, y que el pobre Tata va a tener que matar guajolote con las penas de
mi muerte pa’dar de comer a todos los que vengan a velarme.
Yo no le he dicho nada, ¿pa’qué?, ya lo
ha de saber, pos creo que se me ve en la cara, pos todo el tiempo no’más me
mira y me dice: "¡ay muchacha, madrecita mía, lo traes muy hondo!" Yo
ya vine pa’cá, pa’hablarte, pa’decirte que me cures, pues.
Fue algo que contraje. Aquí mesmo en el
pecho siento el dolor intenso; primero es un ardor como si fuera un hierro que
tuviera fuego y ya luego, es un frío de hielo… y mucha tristeza, hartas ganas
de llorar.
Ni menjurjes ni yerbas me curan. Antes
sí, antes era sana; si Pancho pasaba por la enramada siempre me daba agua del
manantial y me conservaba aliviada. Pero Pancho dijo que se largaba, que a la
capital, y eso que bien que el Tata le dijo ¿y Rosaura? y Pancho luego le
contestó, que estaba yo muy taruga, y que aquí me quedara. “Pancho, –le dijo mi
Tata- hubo acuerdo pa’cuando Rosaura fuera de quince de juntarse contigo y ya
falta poco y… yo pos no respondo si te vas y vuelves y ya es de otro.”
-Pos ahí ni modo –le contestó y se largó.
Yo me encaramé en la loma pa’verlo pasar
pero taruga como dijera Pancho, me quedé en el monte y se me olvidó regresar.
Cuando estaba oscuro y yo bien entumida por el aire tan frío, pos ya era yo con
esta enfermedad y ora sin agua de manantial, siento rete feo no’más de
despertar.
Por eso vengo, pa’que me cures, pa’que
tenga salud, pa'que tenga ganas de vivir, de trabajar, de comer y que no me
duela aquí dentro.
Si te ha de ayudar te diré que he de
padecer tumor, pos ya le di bien fuerte con corteza de papa, con la de maguey y
con molido de chile ancho y culebra de cascabel y pos no se me espanta.
Pos ya te lo pedí… a ver tú qué dialogas.
¡Ah y otra cosa más si es que lo dispones!: que si voy a quedarme para servir
al Tata y seguir trayéndote flores, si he de merecer la vida, pos por tu favor
has de quitarme lo taruga, pos ansina, ya no quiero ser.”
"Rosaura, su día de muertos"
Marta Guerrero González
México, 1956.
[Cuando estaba en la primaria, en una antología de la
materia de Español leí este texto. Desde entonces siempre me ha acompañado.
Supongo que en ese momento no lo entendía, pero recuerdo que algo dentro de mí
lo sintió muy hondo. No lo he olvidado, y si "infancia (no) es
destino", yo creo que sí hay otras formas en que uno se construye y se
conjura].