"...de
intereses, balas tristes, y vecinas que no entienden
qué ha pasado en este barrio: tan tranquilo, tan callado...
y quién dio
la orden de cambiar el mundo..."
Fito Paez
Durante años sobrellevé la vida comportándome (o aparentando) a la
altura del siglo, con tan sólo un puñado de ideas, y dos o tres afirmaciones
universales de esas que con el tiempo y su abuso -preciosísima dinámica de la
tradición oral- se han convertido, y en general se convierten, en filosofía. A
la postre: lugares comunes para el sermón o la bienintencionada cátedra
formativa.
Nací cerca del final del siglo en que aún podía hablarse de mozos
honorables, cualidad que era factible constatar a partir de algo tan
concreto como el mismo proceder que -hay que decirlo- era (y seguirá siendo)
más fácil identificar, si se le observaba en el momento preciso de su
ejecución. Dicho de otra forma: uno sabía si el sujeto en cuestión era algo (u
otra cosa), ni más ni menos que permitiéndole demostrarlo con sus actos.
La palabra misma tenía otro valor. La voluntad. La disposición. Había,
para cada oficio, uno o varios aprendices que, con mayor o menor intensidad,
destinaban tiempo y energías al aprendizaje de las técnicas y procedimientos, e
incluso al descubrimiento de los detalles más sublimes, como la propia
intuición, o la sensibilidad para "hallarle el modo" a cualquiera que
fuera la actividad.
Y el mundo era (lo creo firmemente) un poquito más feliz.
Hoy día, la palabra por sí misma ya no es suficiente.
De alguna forma (generalmente institucional) hay que justificarla. "Papelito
habla.." dice el dicho... y lo que sugiere, más bien, es la pérdida
total de la confianza en la palabra del que afirma que algo sabe -porque lo
sabe- sobreponiendo, en cambio, la exigencia del sustento frívolo a través de
documentos, haciendo que lo que antes era valioso por ser enunciado, ahora para
gozar de una cierta credibilidad deba estar sujeto a la inversión de tiempo,
dinero, esfuerzo (algunos, sacrificios innecesarios) en aras de la articulación
de acciones que justifiquen y alimenten el paradigma en que se encuentran
suscritos.
Hoy, saberse "Licenciado", es motivo para sentir que uno ha
cumplido con el deber de hijo y ciudadano modelo, y en ocasiones incluso para
toda clase de fantasías obscenas de poder y omnipotencia. Tener un oficio, en
cambio, de a poco se ha ido subvalorando y, además de que actualmente suele ser
pagado a precios risibles que no permiten la subsistencia digna de quien
intenta vivir de ello y alimentar, además, a su familia... también se enfrenta
a la puesta en duda de la importancia o trascendencia, tanto de la actividad
misma, como de quien la ejerce: "sí, sabe hacer cosas... -herrería,
plomería, electricidad, carpintería, cocina, limpieza, comercio,
albañilería...- pero no estudió nada..."
Y entonces, hace tiempo que muchos niños crecemos queriendo (y creyendo
que necesitamos) estudiar una carrera para así "ser 'alguien' en la
vida..." como si no lo fuéramos por definición ontológica.
A mí, eso de especializarme como que me saca ronchas. Soy un tanto
comodina, así que procuro allegarme de cosas que, con practicidad, me permitan
resolver el mayor número de situaciones. Por suerte, no me han faltado saberes
y/o experiencias que me provean de las herramientas necesarias para, aunque sea
sin una poca de gracia (ni otra cosita, allá arriba, allá arriba...) más o menos navegar por este mundo.
Y como me considero una persona generosa, vine resuelta a revelar de
manera pública, la que por muchos años fuera mi principal afirmación, aprendida
en mi más tierna infancia, gracias a la oportuna escucha de las conversaciones
"de adultos..." que a uno suelen dejarle nutritivas enseñanzas:
"Seguramente es el empaque..."
Ya se trate de la piececita plástica y circular intermedia entre dos
piezas metálicas de algún electrodoméstico, o de cualquiera otra circunstancia
de la vida... hoy sé que siempre, siempre, ante cualquier disyuntiva, si afirmas con
vehemencia y convicción profunda esta aseveración, estarás siendo tan
profesional como cualquiera que lo analice con título y cédula profesional en
mano. Comprobado y garantizado.
Y sin embargo, claro, los tiempos cambian, y ahora también la diversidad
ha cobrado una vital importancia. Por fortuna hoy, gracias a mi padre, y a que
por enésima ocasión se descompuso el lavabo de casa, he tenido la
inconmensurable oportunidad de incorporar una nueva afirmación universal a mi
completo acervo cultural.
A partir de esta noche podré intercalar, según contexto y necesidades,
la certeza de que cualquiera problemática ha de tener su explicación en la
carencia o ruptura del imprescindible empaque, con la barroca
observación que a continuación comparto:
"Es que le ha empezado a fallar el céspol..."
De esta forma, es posible responder con atino a disertaciones tales como
aquellas sobre qué sucede con la política, las crisis, la violencia, el
narcotráfico, y en general con cualquiera situación complicada y complicante de
una equilibrada y armónica existencia como sociedades.
"No hay
más: con la política, sucede que hace tiempo que le falla el céspol. Respecto a
la economía, la violencia y el narcotráfico, me parece que desgraciadamente se
debe a la ruptura del empaque..."
Qué gratas y reconfortantes son las respuestas. Qué grato y qué
reconfortante es poder ir a la cama con ellas en la cabeza.Qué grato es
no tener que preguntar más "por qués", ni angustiarse por los "cómo
hacer para..." o los "¿hasta cuándo...?"
A descansar se ha dicho. Que ya sabiendo qué es lo que falla y lo que
falta en nuestras sociedades, no queda más que esperar a que mañana
temprano abran la primer ferretería.