[Juro que no fue la mía. Mi guardia ese año -y en ese lugar- fue la de "Semana Santa" (y esa es un caso aparte), pero sin nada mejor que hacer, me dio por fisgonear en el pasado del cuaderno. Fue así como encontré esta nota priceless...]
Man, I ain’t change... but I know I ain’t the same…
Jakob Dylan
Me asomo disimuladamente al escritorio, mientras reviso el correo y respondo a los pocos mensajes que se han acumulado en la red social (a la que juré que jamás me uniría, por considerarla alienante y banal… y bueno, sí, porque en algún espacio recóndito de mi conciencia lo que veía era una ventana inmensa al pasado, y aunque no tengo de qué arrepentirme, o de quién huir o esconderme, me aterraba la idea de abrirla y no saber qué podría encontrar).
En modo más o menos aleatorio pongo a sonar algo en el reproductor, y ahí está con su voz aguardentosa y sureña (del sur de allá que no es como el sur de acá) aquél señor que en poco llega a la parte del “Man I’m just tired and bored with myself..”, que mientras se cuela por mi canal auditivo me hace recordar que una de las cosas que más disfruto de este Universo es sin duda su peculiar sentido del humor. ¡¡Soopas..!! (como dice la de la peli de los 18), que me la hizo de nuevo, y no queda más que soltar una risita apenada, con él o conmigo o con los dos, en pleno amanecer y sin nadie alrededor. La cosa, que entre tanto disimulo, aquel versito no sé por qué, pero siento como si quisiera decirme algo.
Me asomo, decía, disimuladamente al escritorio, y lo primero que puedo notar es que está lleno de borradores.
No, no soy escritora y tengo poco menos que absolutamente nada de sofisticada: es el escritorio del blog. Uno a uno, enlistados, están cada escrito colgado y, desde hace tiempo, entre cada uno de ellos, dos o tres borradores con algún par de ideas vertidas “para no olvidarlas y volver después a terminarlas...” ¿Los temas? Variados. Se supone darían cuenta de las cosas sucedidas en el último tramo de vida. Sitios en los que he estado, experiencias acumuladas y toda clase de cavilaciones que de aquello surgieran. Muchos no pasan de la primera línea.
Podría argumentar que ha sido falta de tiempo.
Pero no es tan terrible como suena. No sé si es aún más terrible que crea que no es terrible, pero en verdad creo que aún no me he convertido en uno de esos hombres grises como los del cuento. Lo cierto es que los últimos años han transcurrido más bien de forma vertiginosa… muchos lugares y tan poco tiempo para estar en ellos. Tantas personas, tantas vivencias, que creo que para que puedan acomodarse cada una en el sitio que les corresponde, deben estar haciendo una fila interminable, aún más larga que la de la filiación en el sistema en que ahora estoy metida y al que, sí, un día también dije que no me gustaría ingresar.
¿Es entonces que estoy siendo-haciendo todo lo que dije que no haría? ¿Qué me estoy convirtiendo en lo que dije que jamás me convertiría? Caray, que si así fuera, mejor sería darme un tiro de una buena vez, o mejor aún, arrojarme al vacío, sólo por el folclor de elegir la que me parece la forma más sublime de morir, como exégesis preciosa del impacto brutal y profundo con la realidad (como hiciera Deleuze o la mismísima Esfinge cuando se vio derrotada por Edipo y no pudo lidiar con eso).
Pudiera ser paranoia, pero esto ya me empieza a sonar a crisis.
Y lo peor del caso es que hoy no tengo tangentes. Es lunes, sí, pero es mi primer día de vacaciones “oficiales” desde hace mucho tiempo. No tengo pendientes (por lo menos no urgentes) y, a decir verdad, tampoco ganas de salir de casa. Y si a eso le añadimos la agravante del frenesí navideño que hay por las calles, se reafirma mi convicción de permanecer con el menor contacto posible con la humanidad.
Tampoco es como si no hubiera sucedido antes. No es nuevo el que con la regularidad que me marca la misma necesidad, unas veces de pie, otras tantas en el fondo de algún abismo, me tome el tiempo para mirarme en un espejo.
No siempre está ahí la misma imagen.
Y sin embargo, esta vez hay un no-sé-qué de particular, que no me permite desentrañar del todo cuál es la emoción exacta que me genera el reflejo que me devuelve. Pero de nuevo sonrío, que sea cual sea, parece que esta vez no duele.
No sé exactamente a qué viene uno al mundo, pero mientras lo investigo o alguien tiene a bien comunicármelo, la verdad es que la paso de lo más cachi caminando por donde me da la gana. Me aterra todo esto de tomar decisiones, sobre todo en los contextos en que no falta el que te apresura, movido por su propia prisa, quizás, porque pasa y pasa el tiempo y no parece que tengas la menor intención de comportarte a la altura. De crecer.
Ya sabemos que no voy a ser Rotario: que mis múltiples manías, y el resabio momentáneo de un autismo mal diagnosticado, con el tiempo han dejado una estela sutil que parece querer acompañarme sempiternamente. Vivo como en una película que inició quizás mucho antes de que yo viniera al mundo, y que no sé cuándo vaya a terminar, pero que como sea me hace no poder dejar de sentirme como ajena, siempre ajena a todo y todos, como si supiera que tengo que actuar en ella pero la verdadera “Yo” fuera sólo esa Otra, la que está fuera, única espectadora en la sala de cine. Y entonces la actriz en el filme se convierte en una especie de holograma, la mayoría de las veces mal colocado, siempre cambiando dramas y epopeyas y suspensos y terrores, por una eterna comedia involuntaria.
Quizás por eso es que no puedo verme sino sola al final de mi vida.
Hoy tengo unas cuantas certezas que, aunque terminaran disolviéndose, me hacen caminar contenta con cada paso. También me hacen detenerme mucho. Y con todo y que sean certezas, me hacen dudar, dudar siempre. Pero es que no tengo prisa. Supongo que eso a veces me convierte en malvada y egoísta. Que no todos tienen la misma paciencia, o el mismo tiempo o indiferencia o tolerancia, como para esperar a que tome la voluntad para hacer alguna elección en particular… y actuar en consecuencia.
Pero también creo que cada uno somos libres de tomar nuestras decisiones (o de no tomarlas, que al fin de cuentas es lo mismo) y que al hacerlo o no, eso nos exonera a todos por igual de la responsabilidad sobre la vida de los demás.
Así que aquí estoy, escribiendo, extrañamente en primera persona. Y quisiera decir tantas cosas, y contar tantas historias, y colgar tantas imágenes. Me dije, entre otras cosas, que ya no escribía nada por tratar de vivir más. Y es cierto que vivo, aunque a los ojos de algunos parezca que no lo hago, pero también lo es que me gusta sentarme, de preferencia de madrugada, y tener frente a mí la pantalla blanquísima, y mirar cómo de a poco se va llenando de las “perras negras” de Cortázar que para mi gusto son perras sólo porque saben del placer que los humanos tantas veces olvidamos, el de desbaratarse y chorrearse de gusto por los espacios de las pantallas, de las hojas, de las cortezas de los árboles, de la piel del que decide llevarlas impresas, una tras otra en el desfile de quien las toma prestadas, para darle “sentido” o por lo menos intentarlo, al cúmulo de imágenes y de emociones que siempre buscan la forma de salir a dar la vuelta, y no quedarse aprisionadas en la mente-pecho de quien las ostenta.
Esto soy, y cuando me lo pienso, bien a bien no sé qué es.
Sólo que en mí hay mucho campo, y verde del verde más verde que sólo sucede cuando el sol se deja de soberbias y se sitúa detrás de la larga y perfecta sábana blanca entretejida de un cielo nublado pero que aún no ha alcanzado ese tono gris con el que las gotas se deciden finalmente a lanzarse al vacío del mundo, pero no para morir como nosotros… porque ellas nunca se mueren. (Que mientras nosotros caemos sólo para encontrar el suelo, ellas, si bajan, lo hacen para llegar hasta lo más profundo y nutrir todo lo que después miramos florecer, y si no encuentran más que adoquines o cementos, entonces lo limpian, y después de hacerlo regresan al cielo, se toman de nuevo de las manos para viajar todas juntas hasta donde puedan volver a descender, y alimentar o limpiar o refrescar todo a su paso).
Por eso también me gusta la lluvia. Y creo que tenemos mucho que aprender de Ella.
Y el Sol, aunque a veces soberbio. Y la Luna, siempre, siempre. Y las Estrellas y el Viento, sobre todo el que anda entre los Árboles.
Y me gusta vivir, y me gusta ser yo y andar por el mundo. Y me gusta la soledad y la tristeza. Y vivo en Ellas y aún así soy feliz. Y trato de ser agradecida con el Universo, y de consentir a mi cuerpo que es el que me trae siempre dentro. Lo subo a las peñas para que sienta el placer infinito de adherirse a ellas, y de subir y subir hasta llegar al punto desde el cual todo se mira más pequeño, y entonces no olvido que en cuanto vuelva a descender, yo también sólo seré uno más de esos puntitos. Le trato de dar todo lo que necesita y que le haga sentir bien, incluyendo comida, aunque a veces se me olvide o no tenga ganas. Y a Él y a mí desde dentro de él, nos gusta también manifestarnos, y movernos y hacer cosas: manos, boca, piernas, pies, todos en conjunto tratamos de hacer que este mundito se vea más lindo que cuando llegamos a él. Sea en las cosas o en las personas.
Hoy hago más cosas de adultos que las que hacía antes, y no peleo tanto con las estructuras. “Usa al Sistema para joder al Sistema”, me digo, y navego por las entrañas del monstruo, pero poniendo el mayor cuidado para no dejarme digerir por él. No deja de joderme tener que escribir su nombre con mayúscula, y entonces sé que, dentro de todo, no he dejado de ser Yo.
Canto, bailo, corro, grito mucho, pero como con grititos, río mucho y también muchas, muchas, muchas veces, permanezco callada.
Observo, escucho, huelo, toco y pruebo todo, no siempre al mismo tiempo, no siempre todo junto, no siempre “en el mejor momento” o cuando se esperaba que lo hiciera.
Soy como un animalito silvestre. Así, sin clase ni refinamiento, pero que ha sabido dejarse domesticar porque también le gusta el contacto con el mundo.
Agridulce soy, y estoy cansada y desnuda. No sé qué quiero ni para dónde voy. Lamento no poder ofrecer nada en concreto.
Seguramente seguiré besuqueando a Planeta y asaltando casas cada vez que se lo lleven; arrullando a Milka para que no se sienta sola a la hora de dormir en el patio, y prefiriendo tirarme en el pasto que ir a los centros comerciales. Seguiré subiéndome a las piedras y a los caballos, mirando sus ojos profundísimos y acariciándolos como a ellos se les acaricia: a golpecitos, como las caricias que a mí también me gustan y que a veces te hacen tanto ruido.
Creo que eso de querer siempre andar trepada en algún lado, alguna relación debe tener con no querer tocar el piso, y mucho menos “sentar cabeza”.
Esto soy, y si lo digo es sólo quizás para poder también mirarme. Que cada vez que vuelvo a este espejo, algo ha cambiado en la imagen, y si no me observo y me lo digo, podría encontrarme en la calle y no reconocerme. O no darme cuenta si en algún momento mutara en alguna cosa espeluznante.
Tengo un verso en mente, y me pasa como le pasó a un amigo con la Spears y una de sus canciones sonando deliciosa en la voz de otra que no era ella: el autor no me es el más entrañable, pero al pensarme todo esto que me vengo pensando no ha dejado de sonar... [“tengo tanto que contarte, que he perdido y que no encuentro… entre algunas de esas cosas la frescura con que ideé mis planes la primera vez…”]
Como siempre, y como en todo, parece que necesito mi exacta dosis de melancolía. Y me pone tan feliz necesitarla, que de nuevo confirmo: más allá de los disfraces y las pantomimas, en el fondo no he dejado de ser la misma de antes…