Tuviste un sueño.
Y como ése has tenido doscientos cincuenta más. O no sabes si contaste mal.
Pero este fue especial, aunque sólo recuerdas esa parte de la que ni siquiera sabes el contexto, en que a uno de los personajes le dices: "tengo que agradecerte, porque hiciste que volviera a escribir..."
Y no es como si antes lo hicieras. Es decir, que la frase suena como la que diría quien de oficio, o de Vida (como si el oficio no fuera muchas veces la Vida, y viceversa) se hubiese dedicado a ello, y hoy tuviese mucho tiempo de no hacerlo.
Lo que hacías está lejos de parecerse a la imagen sugerida. Sólo a veces dejabas revolcarse a algunas letras hasta que ellas decidieran dónde y cómo acomodarse. Y aunque a veces te portabas tirana y, cual maestra de primaria las formabas a tu gusto, al final ellas hacían su voluntad.
Luego volvías a mirarlas y decías: "ah, que se habrían visto más bonitas así o asá..." o "hizo falta que viniera fulana..." y según tú, no te angustiabas, pero de cualquier modo eventualmente dejaste de aparecerte por la casa...
Debes admitir que lo disfrutabas. Mirarlas jugar y danzar por la pantalla.
Pero pasó que vino un tiempo en el que no supiste qué pasó. Sólo que en tu cabeza sonaba aquella frase de verdades y muy grandes y de no quereres.
Te fuiste, pues. Olvidaste muchas cosas. Has aprendido otras tantas. [Lo de olvidar es un decir, si como sea no crees en eso. Crees en las gavetas y en que unas están más atrás que otras, que por eso cuesta más trabajo recuperar lo que en ellas depositas. Crees en que a veces las cerramos y decidimos tirar llaves. Pero también en que siempre, aún en los casos más difíciles y hasta médicamente diagnosticados, existe la posibilidad de hallarlas y abrir cada estante, y desempolvar recuerdos y volverlos a enmarcar...]
Pasaron días que se convirtieron en semanas, que en meses, que en años.
Espacios nuevos o conocidos como sea siempre nuevos.
Nuevas miradas que se suman a los millones de ellas que hasta ahora has encontrado, pero de las que sólo algunas se fijan y quedan ancladas. Y que, como aquellas que aún hoy existen en ti, que un día también fueron nuevas, se convierten en lazos.
Te asomas a casa y cuando menos lo esperas te abre la puerta y te invita a entrar. Decides no preguntarte por el sentido de tu regreso, y si es útil o no para el Universo, pues no enseñas nada a nadie y ni siquiera es atractivo.
Como sea es tu espacio, y si escribes sólo para ti, además de egoísmo también puede que sea necesidad de mirarte de nuevo en el espejo. Más que por narcisismo: por no olvidarte. Por no olvidar a los Otros que en ti viven desde que con ellos te encontraste.
Te has vuelto nostálgica, es lo primero que puedes notar. ¿No lo eras ya?
Ha de ser el cuarto de siglo.
Pero las letras no saben de eso, y todavía juegan. Así que te sientas y como el Marvin de aquella película que dicen no es tan inolvidable, pero que a ti te gusta tanto, miras las luces en la habitación y no puedes menos que sentirte feliz. Y querer quedarte más. Salir de nuevo y volver más a menudo.
Tal vez lo hagas.